20.12.09

He salido a trotar algunas veces esta semana. Por lo general en las mañanas y por el "trail" pero hoy salí en la noche, me di una larga "vuelta a la manzana".
Supongo que cierto deseo de libertad se expresa a través del acto de trotar. Yo lo siento así. La típica libertad condicionada. Sales al mundo pero conoces el camino de regreso. Estiras el cuerpo pero sólo hasta cierto punto, no vas a correr una maratón de repente, no te vas a transformar, volver mutante, sólo sudar un poco. Cuando estuve en Francia este verano salí a trotar con mi mejor amigo del colegio, Cory que se casaba en pocos días y él me dijo en medio de una conversación muy extensa, y a propósito de mi signo del horóscopo, "es cierto, (en la época del colegio) tú te metías de cabeza y hasta el fondo en todo lo que hacías, sin contemplar mucho las consecuencias". Yo no diría que era exactamente así. Sí había el elemento de entrar de cabeza y sí cierta ignorancia también, como no, pero en el fondo, creo que sabía lo que iba a pasar si asomaba mis cuernos de esa manera.
A veces, cuando troto me imagino que estoy jugando un partido de fútbol, hago un pase y me muevo sin balón, acelero, espero el centro, alcanzo a poner el pie, casi inerte, para que el balón imaginario se meta al arco. gol. Siempre supe jugar una posición. Correr de arriba a abajo sin perderme en la cancha. Así me enseñaron a jugar y yo nunca me atreví a hacer nada más que cumplir el esquema táctico. Hace poco vi esa película "los 400 golpes" y es curioso como el niño no solamente escapa de un centro de detención para jóvenes sino también de un partido de fútbol.

Hoy salí a trotar en la noche y en algún momento pasé cerca de un grupo de estudiantes universitarios jovenes. Llovía un poco, no hacía mucho frío, estaba oscuro. Los chicos hablaban en voz alta, jugaban a ser libres, como hacemos todas las manadas ciertas noches, si las condiciones se prestan. Cuando pasé por al lado escuché que uno gritó "hora de ser el fantasma" y presentí que lo que hacía era correr detrás de mí, remedándome o algo. Había más gente por ahí y quizás no era tan aparente como suena ahora, incluso puede ser que el chico haya pensado que yo no me había dado cuenta de que era objeto de una broma; pero yo siempre estoy pendiente de este tipo de cosas, hasta cuando no ocurren. El incidente no duró más de un par de segundos. Sentí las risas detrás de mí y paré en seco, instintivamente, me di la vuelta como si hubiera decidido cambiar mi rumdo súbitamente. Le miré bien al chico con su camiseta extra large y su gorro de beísbol al revés. Di unos pasos al lado de él y le dije entredientes "así es, muchacho, yo soy el fantasma ahora". Retomé mi camino, solo nuevamente, concentrándome en el rostro de sorpresa del chico, en la iluminación, en la llovizna, en que seguramente estaría hablando con sus amigos de lo que pasó, y pensé: algún día ese chico se va a olvidar por completo de esto; yo me voy a olvidar de esto.

En la casa el julián ha estado alborotado. No sabemos exactamente por qué pero de repente está más difícil, sensible, peleón con su hermana. El viernes, sin embargo, se presentó en su colegio en algo que denominaron "Cristmas Extravanganza". Los niños de prekinder cantaron unas cuatro o cinco canciones navideñas debajo de un árbol inmenso hecho con cartulina. Era impresionante vernos a todos los padres y niños ahí, observándonos, como ante un espejo. El público adulto miraba al coro infantil y el coro infantil miraba al público adulto, con la misma expectativa. El julián estuvo hermoso, cantó y movió su cabecita de un lado a otro, siempre se le ve más pequeño de lo que es en ese tipo de contextos. Después de la presentación ofrecieron galletas, mandarinas y ponche. Hubo cola. Para variar nos quedamos hasta que ya no quedaba casi nadie más. Salimos de ahí y manejamos por la ciudad mojada hasta el norte de Seattle porque yo tenía que dejar unos equipos de Comcast en las oficinas de ahí. Fue un retorno insospechado al tercer mundo. Había una disputa económica en la oficina de Comcast, un tipo gordo, tatuado por todas partes, le insultó a una señora demente que golpeaba a su marido o su hijo con un bastón. Era como estar en el municipio. Y esa zona de la ciudad es particulatmente fea, botada, industrial, "parece Tumbaco" sentenció la Martu. Y la plena que sí. Había oscurecido. Los niños dormían plácidamente en el asiento de atrás, cogidos de la mano.

Algunas imágenes que no quiero soltar: en el cuarto de las copias del Departamento hay una sola hoja de papel colgada de la pared. Tiene dos fotos, en la una Sarkozy, el presidente francés, está parado en medio de su gabinete, dice "Opción 1". La otra es exactamente igual solo que Sarkozy está parado sobre una silla y les saca más de una cabeza de altura a todos los demás miembros del gabinete. Dice "Opción 2".
Otra: la Cora cantando una parte de "Game of Diamonds" una canción de Deerhunter. "So strong, I know" dice la letra una y otra vez y la Cora la repite.
Otra: como a la una de la mañana la Cora se despierta. Yo estoy viendo una película de Samuráis con el volúmen bajito. Entra al cuarto llorando, se acuesta al lado mío y en vez de volver a dormirse enseguida se pone a ver la película conmigo, super traquila.
Una última: hoy la Martu miraba los 400 golpes y el Julián había construido una serie de esculturas móviles al pie del televisor, usando su casco de gladiador, un arco y flecha roto, su ukelele, una nave espacial y dardos.




También vimos Ghostworld hace poco. Los niños andan fascinados con el Oso Pooh y todo esto me hace volver al eterno dilema que ha acosado a padres de familias durante pocas generaciones: la televisión. ¿Por qué tenemos una aversión ideológica a "mucha televisión"? ¿Por qué la prohibimos? El julian sería feliz viendo televisión todo un día. Yo sería feliz viendo televisión todo un día, en este país miles de personas se pasan viendo televisión todo el día y sin embargo, es un nuevo pecado ver mucha televisión, hay que sentirse mal por querer hacerlo, por dejar que tus hijos lo hagan. Es fácil dar respuestas como "te hace tonto", "te hace gordo", "es una pérdida de tiempo" pero todas suenan a supersticiones a pesar de que pretenden ser hechos científicos.

No tengo una respuesta, solo preguntas y las voy a contemplar en lo que queda de este mes, en estas vacaciones, en este año y voy a hacer el esfuerzo por no decirle a nadie lo que debe hacer.

8.12.09

"Qué se supone que debemos sacar de esta película?" Pregunta la martu cuando regresa del baño. Acabamos de ver una mezcla entre historia de amor y documental. Se llama Paper Heart.
El día siguiente desde la oficina me dice que no le gusta que hable así de nuestra hija. Yo estaba bromeando, contándole que la Cora me orinó encima (lo cual era cierto) y que por lo tanto había resuelto tratarla como a cachorrito. Los cachorritos que he conocido son educados con golpes de papel periódico enrollado en la cabeza. También se los llama silbando o mostrándoles un pedazo de comida. O chasqueando los dedos. Era una broma pero no la solté. Le dije a la Martu que la Cora solo quería estar en brazos y que lloraba por todo. Es terrible, dije. En ese momento escuché la noticia en la radio de que la ola de frío que vivimos se debe a unos vientos que bajaron del ártico.

La Cora dejó de ir a la guardería porque estábamos cansados de pagar tanta plata y pensamos que vamos a poder turnarnos con ella. Pero claro, un cambio es un cambio y siempre hay repercusiones, efectos secundarios.
No he parado de reir desde que todo esto pasó. En general, mi estado de ánimos ha estado bastante liviano últimamente. La Cora grita con todas sus fuerzas en mi oído y me mete una patada en los huevos. Y yo sólo puedo reirme. Estamos reviviendo toda esa etapa que tuvimos con el julián cuando él tenía esa misma edad, más o menos, no entienden ni por las buenas ni por las malas y piden todo a gritos. Son exigentes, los pequeños demonios.
Pero cuando el julián era así yo no podía reirme. No la mayoría de veces. Es algo que me alucina y no sé cómo explicar, la manera en que la Cora se ha posicionado. Ella es la segunda, la menor del clan, pero es como si fuera eterna. En teoría, en términos bíblicos, si se quiere, le tocan las sobras pero de algún modo ella nos deja saber que las sobras son lo mejorcito que hay. Yo soy el segundo en mi familia, y todo esto me hace pensar en lo que tengo y lo que no tengo, en cómo habré sido a los 2 años.

El Julian está en un período luminoso. Es risueño y tranquilo la mayoría del tiempo. Es travieso, juguetón y muestra sus emociones mucho. Le trata bien a su hermana, la mayoría del tiempo y le perdona, por lo general, sus arrebatos, sus violencias innecesarias. Ahora anda todo el tiempo puesto un sombrerito otavaleño que le compramos hace un par de años en Ecuador. De arriba a abajo puesto ese sombrerito negro. Se ocupa, pinta o mira sus libros o le lleva a la Cora a una de sus excursiones imaginarias. Pasa muchas horas en el prekinder también pero no se queja de nada y me parece bien, que vaya construyendo su misterio. Mucho está fuera de nuestras manos, creo, y de alguna manera el niño que es, es padre del hombre que será. Igual, me gustaría pasar más tiempo solo con él. Más allá de llevarle y recogerle y de alistarle o leerle cuentos. También es la temporada.

El artico es la zona de la Tierra que queda alrededor del polo norte. Está compuesto, en su mayoría por grandes extensiones de mar helado con inmensas placas de hielo flotante. Ahí viven varios tipos de seres sencillos como el zooplanctón, el fitoplanctón y los osos polares. También hay personas que se han adaptado a vivir en ese frío, los inuit entre ellos. Ahora es invierno aquí y también en el ártico. Lo que nos llegó fue apenas un soplido, una baba de esos mares extremos, y fue suficiente como para dejarnos quietitos, kilómetros y kilómetros de escarcha.

Antes de que me orinara encima, la cora y yo fuimos a ver a las anátidas. Nos acercamos al agua y uno de esos patos con el pico blanco y los ojos rojos se nos acercó. Son muy sociables. Tienen los pies parecidos a los de las gallinas y mirándoles mientras se estiraban y contraían debajo del agua yo sólo podía pensar en un caldo. Se quedó mirándonos, este oxiurino, y luego sin aviso previó zambulló todo su cuerpo en el agua y buceó directo al fondo del lago. Cuando reapareció no muy lejos con algas en su pico, la Cora y yo le aplaudimos.

Una vez vi un documental de unos rusos que cruzaron el ártico a pie. Se demoraron más de cien días y al otro lado, les esperaba la migra canadiense. Cuando llegaron al polo norte celebraron con champán, pero a la mañana siguiente la placa de hielo en donde habían acampado se regresó varios kilómetros, así que tuvieron que cruzar el polo norte nuevamente y la segunda vez ya no lo festejaron. Recuerdo la cámara al hombro dando pasos sobre el hielo, al final de la película, y finalmente sobre un poco de hierba verde. Regresaron en helicóptero a Siberia.

A partir de cierta hora de la noche el julián vuelve a ser más bebé. Se pasa a la cama y necesita mimos y calor para dormirse. Pero está tranquilo, casi siempre. La Cora duerme mucho mejor pero igual se levanta más de una vez y se pone a dar gritos. Ella también necesita contacto, especialmente con el cuerpo de la martu. Pero no me debería quejar tanto de ella. En general, necesito reconstruirme a cada rato, como aprendía a hacer con el julián. No caer en la tentación de ser el padre castigador cliché. Es tan fácil, el autoritarismo y sus modos salen tan naturalmente, como un primer idioma, pero fuera de bromas, yo quiero más que un idioma. Supongo que todos somos muy exigentes.

4.12.09

El té es la bebida de las personas civilizadas pero el café te mantiene despierto más horas. En estos días ha empezado con toda certeza el invierno. No se me ocurre mejor época del año para escribir. Afuera la cosa está aguda. Entra un picor en la parte de atrás de la garganta cuando respiras. Hoy llovió un poco y el aire se purificó momentáneamente. Hace falta más lluvia y más nubes espesas que saquen todo el brillo del cielo, que deformen la superficie del planeta y confundan al mismísimo invierno.

Ayer por la mañana, en el Parque Greenlake. 34 grados Farenheit. La Cora, yo, ciclistas, andantes, madres trotando con sus bebés en el coche, las personas de diciembres. TAmbién había unos seis o siete patos norteamericanos clásicos clavados en el agua (cabezas verdes, picos amarillos, ojos negros, algunas líneas moradas escondidas entre el plumaje), había más variedades de patos, unos marrones, otros grises (éstos con picos blancos, cabezas negras y ojos rojos), había unas gaviotas sospechosas, un grupo de palomas dándose un baño mañanero y unos cuantos cuervos caminando como tiranosaurios. El césped tenía una capa de escarcha que se esfumó rápidamente con el sol. Mirábamos el agua y notábamos el comportamiento de las aves acuáticas.
Los patos tienen el cuello blando, son capaces de hundir la cabeza en la espalda, son seres pacíficos y no se meten en donde no les llaman (excepto los que tienen los ojos rojos). Las palomas parecen inofensivas. Había algunas que no se decidían del todo a chapotear, metían nada más sus patas como probando la temperatura primero. Las gaviotas tienen la actitud de los mayores de la escuela. Se mantienen un poco más alejados, en su zona exclusiva y cuando se asoman es solo para intimidar a las otras aves por pura diversión. Los cuervos a diferencia de los patos, se meten en donde nadie les llama. Llega uno solo y necesita que todo el grupo de palomas se retire (les hace retirar muy pasajeramente) para él probar el agua por dos segundos. Al verse solo va en busca de otro asunto en el cual meterse.

Volviendo al café de hoy, permítanme describir cómo es el Starbucks de mi barrio. Para empezar hay tres, bastante próximos entre sí. Uno en especial es grande y vistoso. Tiene certificaciones colgadas en la entrada diciendo que es una edificación "eco", todo un operativo "eco". No sé cómo lo hacen pero supongo que va desde los materiales de construcción hasta el manejo de desechos, se procuró y se procura "hacer el menor daño posible". Hoy no fui a ése sino a otro. Un starbucks común y corriente, pequeño, poca luz, poca gente adentro. Toda la decoración del lugar, física y sonora, estaba alterada desde la última vez que estuve ahí por las navidades. Comúnmente, en estos lugares, la cola para hacer los pedidos se mueve automáticamente como en el esplendor de algún -ismo. Hoy no. Una pareja de chicas adelante mío se demoraron, soltaron bromas poco correctas y al mismo tiempo, el cajero, un sujeto joven con lentes y peinado impecables, se quejaba enérgicamente con unas de sus asistentes, una chica rubia, casi puteando. Aparte de los detalles de los lentes y la rubia, parecía que estaba en otro país. Saqué mis 2 dólares con 12centavos. Salí de ahí más temprano que tarde, saboreando el brebaje amargo y aguado que dios sabe por qué llaman "Americano".

Tomé ese café porque necesito ponerme a trabajar en un ensayo sobre Ramón de Mesonero ROmanos y las ferias de Madrid en el Siglo XIX. La Martu está trabajando sobre una novela de Emilia Pardo BAzán. Su presentación en clase sobre ese texto fue de largo la mejor que se ha dado en todo el cuatrimestre. Filmé pedazos de la misma clandestinamente desde donde estaba sentado. Lo propio hubiera sido que yo trabaje sobre Benito Pérez Galdós o sobre Mariano Larra pero me tocó Mesonero Romanos. No hay nada que hacer.

16.11.09

No es una figura retórica, vivimos entre un cementerio y un centro comercial. Justo en medio. Al lado del río de consumidores que añade ceros a las cuentas de sus tarjetas de crédito. Debajo de la colina donde yacen los que ya abandonaron este mundo. Por supuesto que nada de esto tiene algo de especial. Nuestra casa no siente las cosas de otra manera por ese hecho topográfico, urbano, por esa suerte. Es, simplemente, una casa, que como otras hemos logrado hacer nuestra sin mayor esfuerzo y en poco tiempo. Nuestra. Hay tanto misterio en esa sola palabra.

Anoche vinieron unos amigos por primera vez. Digerían todo lo que entraba por sus ojos, admirados y extrañados. Pero yo no podía hacer lo mismo. No podía ver lo que ellos veían. Tal vez no había admiración, tal vez no era extrañamiento. Yo no podía olvidarme de dónde estaba parado, o sentado. Era mi casa, la de siempre.

Por la tarde, estuve en una sala de cine escuchando al director argentino Lisandro Alonso. Como en muchos de los conversatorios de esta naturaleza, el ambiente va cambiando gradualmente. No es algo poderoso lo que ocurre. No es una fogata. No es una marea. No sé lo que es. Sólo que varía según la ocasión y que tarda en ser digerido. Es un plato de comida, quizás. Lisandro Alonso filmó La Libertad en diez días, eso contaba, en inglés, y mostró unos pedazos de la película. Yo la ví en el 2003, creo, en Quito, en el primer festival de cine Cero Latitud. A ratos me sorprendía de mi mismo. Que me haya demorado tanto en volver a ver una película que me gustó. Que la esté mirando en presencia del director, con otras quince personas, en Seattle, WA. Pero nada de esto en realidad significaba algo para mí. Tomé nota de las cosas que decía en un cuaderno con esfero de tinta verde porque me interesaba. Luego me acerqué y le dí la mano. Hablamos en español.

Hoy la familia decidió salir de la casa. Hacer un viaje por la carretera. Perder millas y millas de asfalto. Viajamos al norte. En la lluvia. Al norte. Cruzamos un brazo de mar en barco y eso estuvo divertido. La Martu, yo y los niños subimos a la cubierta. Miramos el agua por unos ventanales extensos. Yo me mareé un poco. Sigo mareado. En Kingston nos bajamos del barco y aceleramos a fondo hasta llegar a Port Angeles. Estacionamos frente al Estrecho de Juan de Fuca, se podía ver el Canadá al otro lado. Deambulamos risueños. Nos tomamos fotos. Entramos a un Centro de Vida Marina por insistencia del Julian. Fue una buena idea. Los niños se distrajeron jugando en un arenero unos minutos. La Martu y yo metimos nuestras manos en el agua fría de la península, acariciamos unas estrellas de mar moradas, gigantes.

Después de almorzar fuimos al cementerio. Hoy visité la tumba de Raymond Carver. Es un bloque de piedra negra con letras blancas. Dice su nombre, que fue poeta, escritor de cuentos cortos y ensayista. Hay una transcripción de uno de sus últimos poemas. También hay una foto pequeña de él junto a su segunda mujer Tess Gallagher. Debajo de la foto hay otra transcripción de otro de sus poemas últimos: Gravy. Ella tiene el nicho de al lado ya reservado. Dice su nombre. Que es (que fue, algún día) poeta, escritora de cuentos cortos y ensayista. Hay unas campanillas de viento adornado las tumbas. El lugar se llama Ocean View Cemetery. Queda sobre un acantilado, en las afueras de Port Angeles. La vista es realmente sobrecogedora. Caía una lluvia mínima. Las tumbas en perfecto silencio.

No logré sentir mayor cosa. Tomé un par de fotos y después me detuve, seco. Intenté concentrarme. ¿Qué podía dejar en la tumba? ¿Qué podía dejar de mí, ahí en la tumba de Carver? Me levanté y caminé hacia el filo del acantilado. Unos pájaros se sacudían en los arbustos. Míré alrededor, abrí los botones de mi pantalón y oriné. Cuando regresé a la tumba empezé a hablar. Le conté a Raymond que acababa de leer el libro de memorias que publicó su primera esposa. Le dije que ése era un lugar bonito. No podía entablar un diálogo, lo que salía de mi boca eran más como ensayos de frases sueltas sin mucha relación la una con la otra y sin mucho sentido. Igual, nadie me estaba escuchando. A lo lejos podía escucharle a la Cora quejándose. Empecé a regresar hacia el auto. No había dado muchos pasos cuando me detuve por completo de nuevo. Me di la vuelta y dije gracias, en inglés. No sé. Luego me fui.

En el auto, con las plumas yendo y viniendo sobre la superficie del parabrisas y la calefación, yo digería. Sólo podía sentir arrepentimiento. Pensaba en que no había estado en la tumba de Carver lo suficiente. Había viajado hasta la punta del continente americano para demorarme menos de diez minutos. No sé si pueda regresar algún día. ¿Cómo no le llevo a mi hija de dos años para que camine alrededor de la tumba de Raymond Carver? ¿Cómo no me saqué una foto ahí, al lado de ese nombre grabado sobre la piedra? Estuve a punto de dar la vuelta y regresar. Pero ya pasó. Poco a poco lo digerí. La carretera, la noche, el mar se llevó los desechos, el empacho. Yo me quedé con el alimento. Llegamos a casa y comimos. Luego nos bañamos y vimos una película de Disney. Acostamos a los niños. Yo me quedé escribiendo. Son las cuatro de la mañana y lo único que me importa es que el viento aúlla.

8.11.09

Camino en puntillas como en un cuento infantil de miedo. Son las seis de la mañana. Domingo. No quiero que se levante mi hija. Si se levanta y no me ve al lado suyo en la cama, vendrá a buscarme, me pedirá que la amarque y no me soltará.
Bajo las gradas en puntillas pero no es por miedo, es por amor, supongo. Amor a mí mismo, a mis momentos de soledad. Amor al silencio de la casa en la que solo una persona está despierta. Egoísmo, en realidad. Es egoísmo. Por más que pensé lo contrario durante mucho tiempo, soy tan egoísta como cualquier otra persona.

Anoche en Elliot Bay Book Co., una librería en el centro histórico de la ciudad, el piso de duela se hunde ligeramente con cada paso que das y suena como las casas embrujadas de los cuentos de miedo. El lugar está casi vacío. Hay mucha luz. Es tarde. Sábado. Ocho de la noche. Camino directo a las repisas de ficción, la Cora en mis brazos, puesta su chompa morada de invierno. Cogo un libro, luego otro. Sé lo que quiero pero no lo encuentro. Me doy cuenta que estoy en el lugar equivocado. Lo que busco debería estar en la sección de poesía no en la de ficción. Es una revelación pequeña acerca de un error pequeño. Pero ahora lo veo con tanta claridad. Ese autor, cuya obra busco, es más conocido por su ficción que por sus poemas, sus últimos poemas.
Mientras todo esto ocurre, la Cora me mira fijamente. Parece extrañada. Me analiza como si no supiera quien soy. No siente miedo sólo mucha curiosidad. Mira detenidamente la portada del libro que tengo entre las manos, esa cosa por la que estoy dispuesto a repartir mi peso. No soy solo yo, parece decir, también está el libro.
Perdóname, nena. Las cosas son así. Yo he buscado libros, estoy seguro, desde antes que tu existieras. Y con suerte, lo seguiré haciendo cuando tu ya no quieras estar entre mis brazos, cuando ya no puedas, sin sentir incomodidad.
Digo "con suerte" aunque sé que la influencia de los libros, de los títulos, de los autores es opresiva y yo mismo he intentado librarme de ella, aunque no lo suficiente. Una época sin libros y sin familia no estaría mal, para todos, pienso, pero si es para todos, ¿cuándo? ¿quién ve a los niños?

La martu ha dado la vuelta a la manzana y nos recoge sobre la Primera Avenida. Al salir de la librería le doy cuatro billetes de un dólar más algunas monedas a un mendigo negro y viejo que está sentado al pie de un farol, era el cambio que me dieron por el libro que compré. El negro toma el dinero mecánicamente, como si esperaba precisamente esa cantidad y en ese mismo momento desde hace mucho, su rostro sin expresión. Le subo a la Cora a su silla y enseguida ella busca la mano de su hermano quien está dormido. Así volvemos a casa.

En la mañana leo durante cuarenta y cinco minutos, aproximadamente, después la Cora se despierta. Baja las gradas buscándome. "Apupa" me dice. Después señala su boca y dice "eat". Le sirvo un plato de cereal. Le encanta esta parte de la rutina. "Apiyap" significa "quítame el saco", o "desbotóname la pijama", pero también significa "dame de comer" "coge la cuchara y dame de comer". Después de acabar el plato de Zucaritas nos ponemos a jugar, persiguiéndonos alrededor de la mesa de la sala. Una y otra vez. En cada vuelta hacemos el mismo chiste. Me encanta su risa. Y yo tambien soy aficionado a la repetición.
"Donde está a Mami?" Pregunta la Cora Luna poniendo una cara de intriga y virando sus manos como si estuviera en misa y fuera a rezar un padre nuestro, se responde ella misma "a-(a)-ahh a mami". Luego hace lo mismo con el julian, solo que le dice "oui-yang". El "si" frances mas el yang de oriente.
Entonces escuchamos voces. El julián y la martu están arriba conversando. No están a-(a)-ahh. Subimos.

3.11.09

Mi hija juega en una montaña de hojas secas. Muchas de las cosas que hago con ella desentierran memorias en las que no había reparado por mucho tiempo. El otro día lanzaba una pelota saltarina y mientras yo la perseguía recordé un anécdota personal que me importaba mucho cuando era más pequeño. Cuando vivía en la Gasca perdí una pelota saltarina como esa. Por años la idea de este juguete perdido me llenaba de sentimientos gozosos. Mi madre se inventó la historia de que la pelota seguía rodando, infinitamente, recorriendo el mundo en mi nombre. Esta idea alimentaba mi espíritu, la historia de la pelota saltarina, como ya dije, me definía como ser humano a esa temprana edad. Puedo decir con toda certeza que hasta los 12 o 13 años este episodio era algo así como una piedra angular de mi existencia. Volvía a él a cada rato, como se vuelve a las páginas de los libros que más gustan, páginas con la esquina doblada, con subrayados desiguales, con asteriscos deformes al márgen. Pero lo había olvidado por completo hasta el otro día.

Mi hija juega en el jardín. Hay otros niños. Hay otros padres. Ella se acerca a un niño de su misma edad con el que se lleva muy bien, se llama Tosh, es blanco y rubio a más no poder. La Cora se le acerca con cuidado y determinación, su mirada fija en él. Contemplándolo como si fuera un misterio. La madre del niño está parada cerca con las manos sobre la cadera. Sonríe. Somos vecinos. Nuestros hijos juean juntos. Les hemos pedido sal y azúcar. Hemos conversado de libros, del clima, de las hojas que caen, de los árboles que nos rodean. La Cora se para al frente del Tosh y levanta su mano violentamente. Le golpea en el cachete con todas sus fuerzas. ¿Qué se supone que debo hacer?
Me acerco enseguida, repitiendo la palabra "gentle" una y otra vez y el nombre de mi hija. Lo digo en inglés y lo suficientemente alto como para que la madre del Tosh me escuche. Sepa que estoy interviniendo, que no quisiera que mi hija le agreda al suyo, no adelante de los dos, que me apena lo que sucedíó. La madre de Tosh también se acerca. Dice algo entre dientes, habla con su hijo, "it´s ok", algo así. Tosh no llora ni nada. Pero está en estado de shock, si es que eso es posible a los dos años de edad. No le gustó lo que pasó pero tampoco entiende muy bien lo que está pasando ahora. Los padres bloqueando el paso de los niños.
La Cora se quiere acercar de nuevo. Yo estiro mi mano para anticiparme a cualquier golpe repentino. La Cora sólo quiere sobarle el hombro a su amigo esta vez, eso hace después de atacar, cuando escucha la palabra "gentle", eso significa "gentle, gentle".
¿Qué se supone que debo hacer? Esta claro que no me siento cómodo con la manera en que reaccione. Quizás no debí alterarme ni un poco. Quizás debí permanecer callado. No sé. Quizás debí reaccionar más rápido. Miremos el asunto desde una óptica aristoteliana: Yo soy el padre de esta niña que acaba de agredir a un niño vecino. Agredir a los demás, sin ningún tipo de justificativo, no está bien. Yo soy el padre por lo tanto respondo por los actos de la niña que está bajo mi custodia o mi cuidado, ¿está claro o no? ¿es así? ¿Qué tal si fuera al revés? ¿Qué tal si fuera la niña quien está al mando, y yo bajo su custodia? O más bien, ¿cuál es el propósito inherente de ser padre?
Se lo pregunto a la Martu sin introducir ningún tipo de contexto, así directo, secamente, "Hola, ¿cuál es el propósito inherente de ser padre?"
"Procrear. Asegurar la supervivencia de la especie." dice ella sin dubitación y continúa lo que estaba haciendo.
Entonces, el resto está fuera de nuestro diseño telelógico, no podemos responder por los actos de nuestros hijos ni por su crianza. La crianza es una extralimitación. Nos damos el gusto de hacerlo, de manera continua y sin relevo.

1.11.09

Hay dos mujeres paradas al frente de la clase. Una de ellas se llama Raquel. Está poniendo tres cajas de Pizza sobre una mesa. La otra no se cómo se llama. Tiene una cara diminuta y un pelo, cómo diremos, un pelo castaño que le cubre buena parte de la frente. A ratos ella se lo tira de los lados, acomodándolo, como se haría con las cerdas de una escoba. Lo que tiene en la cabeza parece una peluca vieja y además, esta mujer tiene una mirada de haber vivido todo esto antes, muchas veces. Una mirada profesional. Sin embargo es la otra mujer, la que se llama Raquel, quien nos da la bienvenida. Son de McGraw Hill. Están aquí para hablar de los programas en línea que ofrecen para los cursos de español. Alguien de la clase inmediatamente suelta una queja. Dice que los programas no aportan nada al texto y que McGraw Hill no debería cobrar a los estudiantes por una nueva edición cada año, es una explotación. Raquel se queda boquiaberta. Se mueve por el salón, ocupando sus manos en diferentes cosas mientras suelta unas disculpas encubiertas con resentimiento. La otra mujer, la de la peluca, torea el asunto de mejor manera. Le da la razón a la persona que se quejaba y le dice que McGraw Hill está trabajando para mejorar estas cosas, que para eso estamos aqui. Antes de que se estropeen los ánimos demasiado, nos invitan a pasar a la mesa, servirnos pizza y ensaladas de Pagliacci´s. También hay unas botellas de plástico con agua para beber y un recipiente lleno de chocolates, lo cual me recuerda que mañana es Halloween.

La reunión dura una hora o un poco menos de una hora. Raquel está siempre a la defensiva y la otra mujer reconoce las fallas y ella misma señala algunas en un tono irónico. A pesar de su edad habla con el vocabulario y las expresiones de una adolescente y repite este tipo de frases a cada rato, disfrutando de su uso de ellas frente a una audiencia pequeña pero cautiva. La mayoría de los problemas, según ella, tienen que ver con un tipo en el área de programación de McGraw Hill, alguien que coincidentalmente se llama Jorge, como yo. Sólo que ella lo pronuncia "Hor-Hey", a lo gringo. La martu que está al lado mío, enciende el debate acerca de los contenidos de los textos de español. ¿Por qué tienen que hacer un retrato tan estereotípico de los latinos? pregunta. Las mujeres se interesan por saber más acerca de esto y toman nota en sus pequeños cuadernos. Como alternativa, la martu les dice, deben involucrar las vidas de universitarios latinos, así los universitarios gringos se relacionan con la materia. Raquel no quiere que pensemos mal de McGraw Hill así que nos muestra los últimos programas que están desarrollando, justamente involucrando a universitarios latinos.

Aparecen en la pantalla de la clase dos mujeres jóvenes. Están en un parque público de alguna ciudad latinoamericana. La una le entrevista a la otra. Le pide que le muestre algo representativo de su país, Venezuela. La otra chica saca un paquete de harina, dice que con esa harina se preparan varios de los platos típicos que más le gustan. Hablan en un español teatral, guionizado, en instantes parece publicidad de la marca de harina. Cuando se termina yo levanto mi mano: "Dígame Raquel, qué joven universitario de los Estados Unidos traería un paquete de harina a una entrevista acerca de su país?" Hay risas, lo cual me sorprende porque lo que estoy diciendo es en serio. Raquel monea el teclado de la compu un rato más. Está empeñada en mostrarnos que lo que están haciendo es bueno. Finalmente da con "Yabla", un programa de videos educacionales filmados por universitarios latinoamericanos con la cámara en mano, sin guión. Tiene actividades relacionadas a los lados, sólo hay que hacer clik. NO por nada, pero esto sí está bueno.

Todo esto se da en una aula del edificio de Ingeniería Eléctrica. Es un edificio laberíntico adosado a otro más moderno, el edificio Paul Allen, de ingeniería computacional. Estoy buscando un baño pero doy con el salón principal de este otro edificio donde precisamente este mismo día, se celebra una feria empresarial. Hay muchos jovenes y unos puestos atractivos. Hay chicos con camisetas polos de las empresas que representan y están tomando datos de las personas que se acercan en unas tablas con sujetapapeles. Las empresas son Microsoft, Google, Facebook, Adobe... En cada puesto hay material promocional gratis. Me acerco tímidamente a la de Google y tomo dos pares de gafas, con patas de colores fosforescentes. Agarro unas rojas y unas verdes. Tienen el logo pero están buenas. NO hablo con nadie. Después la martu se da una vuelta y agarra una pelota saltarina de Facebook y un llavero en forma de astronauta de Intel.

Salimos de ahí en nuestras bicis y vamos a recoger a los niños. Comida gratis en los estómagos y regalos en las mochilas. Este es el optimismo barato del que hablaba Henry Miller en Trópico de Cáncer. Este es el optimismo barato de los Estados Unidos de América.

30.10.09

Silly Symphonies es una colección de cortos animados producidos por Walt Disney en los años treinta y cuarenta. La idea general era recontar algunas historias clásicas, leyendas, fábulas, cuentos infantiles. El marco conceptual era dar primacía a la sinfonía, a la banda sonora y no a un personaje central como Mickey Mouse, pero el famoso ratón que entonces era solo un niño, actúa de maestro de ceremonias, cada Silly Symphony lleva el antetítulo "Mickey Mouse presents..." El julian se ha visto estos cortos varias veces y le encantan. Sobre todo disfruta con la eterna carrera entre la liebre y la tortuga. El giro que le da Disney a esta fábula de Esopo y seguramente de alguien anterior, es que la liebre no pierde por dormir una siesta demasiado larga sino por impresionar con trucos de velocidad a un grupo de conejitas coquetas y más, al final está confiado de poder recuperar el terreno pero la tortuga aprieta el acelerador ligeramente y la gana por una nariz. Otra película que le ha impresionado y gustado recientemente es el Castillo Ambulante de Howl, de un nuevo Walt Disney- Hayao Miyazaki. Hace unos meses nos fuimos al cine a ver la última película de Miyazaki, la fabulosa historia de Ponyo, una especie de pequeña sirenita más contemporánea y nipona, acerca de la difícil tarea de aceptar a los demás tal y como son. Pero el julian estaba angustiado, con un miedo vívido de que algo malo vaya a pasar y a cada rato nos tocó salir de la sala de cine. La martu que hace poco fue a ver la película española Camino en un festival de cine, dijo que a ella le pasa lo mismo. Sufre demasiado intensamente, en la piel, con los dramas que aparecen en la gran pantalla. Se intoxica, a veces. Las cosas que pasan influencian fuertemente sus emociones. Dice que el julian es igualito a ella. Así que no hemos vuelto al cine.
Me tomo una taza más de té y escucho la radio. Hay noticias escabrosas. Cada seis o siete minutos, el pronóstico del clima repite la fórmula "cloudy and rainy" como mantra, como los días recientes.

26.10.09

Estamos todos cansados. Hemos jugado, trabajado y comido. El día de otoño empieza a apagarse, mojado pero tranquilo. Los niños ya se bañaron. La Martu se depila. Yo me pongo pijama y luego le amarco a la Cora Luna. El julian dibuja con marcadores en el piso de su cuarto. Sólo la luz de su velador está prendida.
La Martu sale del baño y se lleva a la cora a su cuarto. Yo me quedo con el julián. Me muestra su dibujo. Le pido que se vaya al baño a hacer pipí antes de dormir y mientras tanto, le digo, yo miraré el dibujo. Se va. Miro ese dibujo. Parece un robot con cuatro brazos y cuatro manos. Dos de las manos parecen garras. Las otras dos tienen forma de hélices, están hechas de bolitas y rayas, como las fichas de un juego para armar que le regaló hace poco la martu. Todo el dibujo está en azul pero en la parte del rostro, el robot tiene una mascarilla que ha sido pintada por encima con el marcador amarillo. El julián regresa. Me dice que no es un robot de cuatro manos. Me entrega el marcador azul y me pide que al lado del dibujo escriba la historia de su muñeco ("all about it"). Empieza a dictar "someone is letting someone else that´s in their team borrow their suit and he fighted with that suit"
"fought" le interrumpo yo. "esta palabra en el pasado no se dice fighted sino fought"
El julián se irrita. Me dice "you´re making me so angry". Le digo que sólo le estoy ayudando. Se irrita más. Empieza a llorar. La martu interviene contándole que nosotros también aprendemos cosas nuevas todos los días, le cuenta que sus alumnos de veinte años también se equivocan con el pasado de los verbos en español.
Nuestras intenciones son buenas, pero todo esto claramente pasa por encima de la cabeza del julián. No sé qué es lo que le pasa. Cierro el cuaderno de dibujos y apago la luz. Sin decir nada. El julián sale del cuarto llorando. Esperamos un rato. Entonces la Martu le va a ver. Yo me quedo con la Cora, pero ella tampoco quiere estar conmigo. Después de forcejear, se mete en la cama del julián con su hermano y la martu. Tres son multitud.
Finalmente, el julián, agotado, se queda conmigo y se duerme abrazándome. La cora cae un rato después en el cuarto de al lado.

25.10.09

Ayer fuimos a una feria de calabazas en Kent, WA. Dejamos el auto en el parqueadero, debajo de un árbol que estaba repleto de pájaros. Hacían un ruido tremendo. Todos piando con mucha emoción al mismo tiempo. La luz del sol brillaba y era difícil verlos pero eran unos pájaritos diminutos de plumaje azul oscuro tornasol. Miles de ellos. La martu y yo lo comentábamos con los niños cuando el alboroto se detuvo por completo. Los pájaros habían salido volando del árbol en un solo movimiento. Ahora eran líneas entrecortadas meneándose en el cielo a toda velocidad y en silencio. Una bandada se unía con otra y luego se separaban. Tal vez era una guerra.

El suelo estaba lodoso. Subimos a los niños en una caretilla y fuimos hacia los campos de calabazas gigantes. Pasó cerca una mujer cargando a un niño que se había bañado en lodo. La Cora se bajó de la carretilla, yo me fijaba en algunas calabazas que tenían huecos cubiertos de moho y cuando regresé hacia donde mi hija, se estaba cayendo de frente al suelo lodoso. Puso las manos y luego se sentó en el charco.

El julián escogió una calabaza que era media verde por un lado. Yo escogí la primera que me llamó la atención y luego la cambié por una que tenía una forma alargada que me gustó. La martu escogió una variedad blanca llamada calabaza fantasma. Después la martu y los niños fueron a los laberintos en los maizales mientras yo guardaba las calabazas en el carro. Era un lugar grande, repleto de gente. Filas y filas de personas comprando calabazas de todas las formas y tamaños. Empujándolas en carretillas. Había esa casualidad que suele haber en las feria en los EEUU. Nada sorprende a los locales. Nadie se preocupa mucho por los demás pero todos se controlan unos a otros. Una fé ciega en el dólar y en el mercado.

El laberinto terminó siendo más largo de lo que pensamos. Yo esperaba afuera y alguien se me acercó y me dijo, están en el puesto #5. Eran unos amigos de Jana, la persona que nos había contado de la feria y con quien nos habíamos encontrado poco antes de entrar en el maizal. El puesto número #5 según el mapa del laberinto estaba cerca de la salida, así que me metí en contravía, esquivando a varias personas, hasta llegar a donde estaban la martu, con una sonrisota y los niños. Habían disfrutado. Adentro del maizal estaba fresco. El julián seguía el mapa del laberinto con entusiasmo, se había hecho amigo de un niño mayor que tenía puesto un casco de soldado.

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