14.10.08

De siete a diez, Otro apellido compuesto

De 7 a 10

La televisión y los carros están causando un montón de daño. Es eso, o tal vez la soledad. Hoy me fui a sacar mi tarjeta de Seguridad Social (yo que me quejaba de que necesitaba la papeleta de votación en el Ecuador para los trámites menos relacionados al ejercicio del voto, aquí se necesita la tarjeta de SS para TODO).

Pero cuando llegué a la estación del Centro de Convenciones, en Downtown Seattle, no podía más del dolor de estómago. No era un dolor de estómago normal. Me dolían los huesos. Como pulsaciones eléctricas constantes en las costillas. No podía caminar recto y a mí siempre me han enseñado a caminar con la cabeza en alto, así que, como verán, no me sentía yo sino una versión agachada y dolorosa de yo.

Era hambre. Súbitamente, me di cuenta que no había desayunado más que una taza de café, a las 8am, y ya eran cerca de las 11. QUé poco aguante, pensé. Acordándome de las crónicas de la época de la conquista sobre las cuales me ha contado la martu (cosas espeluznantes y debemos admitirlas, heróicas). Caminé un poco y entré a un lugar llamado Seattle Bagel.

Había toda una variedad de sabores de estos Bagels, tales como: pesto, frambuesa, cebolla, ajo con queso, ajonjolí, sólo por mencionar algunos (y sin mencionar todas las posibilidades de acompañantes), escogí una de ajo con queso, un plátano y me senté a comer. Mastiqué lento y le pedí a mi cuerpo que se recupere, también le pedí al dueño del lugar, oriental, un vaso de agua. También entraron una variedad de personas al local en el transcurso de mi desayuno impromptu.
Algo de lo que me he dado cuenta en mis pocas visitas a Downtown, es que mientras más te acercas al corazón urbano de la ciudad, a los puestos ambulantes de pretzels y a los olores subterráneos, más nos encontramos con delirio, la hermana resbaladiza de sueño. Estos seres poseídos, que duermen a la intemperie, o quizás en sus casas y con sus familias, como todo el mundo, en general, parecen estar cabreados. Yo a veces me pregunto si no será solo una táctica que usan para protegerse un poco, ellos que son tan vulnerables, pues, a cualquier cosa.
En el Seattle Bagel entraron algunos que podían ser locos, la mujer que servía los bagels estaba visiblemente harta de su trabajo. Hay un ambiente tan diferente apenas se sale de la burbujita neoclásica del campus de UW. La única persona alegre era el oriental (en general los orientales que he visto son alegres y trabajan con entusiasmo dentro o fuera de UW). El resto se descomponía en iras, en algún tipo de locura o, en mi caso, en desnutricion. Sí, yo también estaba ahí, era difícil no notarlo, ahí sentado al lado de mi mismo, contándome historias.
El dolor de estómago retrocedió poco a poco. Continué mi excursión hacia la seguridad social.

No sabía lo que me esperaba. El personal en las oficinas estatales del SS era más o menos este: un sordomudo que tenía de intérprete a una mujer con rostro de haber sufrido un ataque cerebrovascular trombótico reciente(no es mi intención burlarme de manera fea de alguien que haya sufrido este tipo de accidente, sólo describo lo que ví), una neogótica con sobrepeso tejiendo un saco de lana (negro), un afroamericano con el pelo lacio y una cicatriz que le cubría la mitad del rostro, una persona con tics escurridizos, una mujer con bigote de dos o tres días que se estaba quedando calva (ahora que lo pienso, tal vez era un hombre), un imigrante latino hablando a gritos por el celular, en spanglish, un enano en silla de ruedas eléctrica que intentaba conversar con el sordomudo (la intérprete de éste se hallaba en otra conversación ese rato), también estaban un par de maniáticos, frontales, miradas perdidas, pelo lamido, ceños fruncidos, hablando solos, facha retro original y también yo (seguía ahí).
En algún punto el sordomudo se levantó y caminó por la sala de espera hasta detenerse frente a los retratos de hace unos cuatro años del presidente y vice presidente de la nación, Bush-Cheney, éste último, el VP más poderoso de toda la historia de VPs, con una media sonrisa no muy confiable, y el primero con su rostro incrédulo, como pensando "no puedo creer que soy presidente", y luego de contemplarnos un buen rato, el sordomudo sacudió su cabeza de un lado a otro en profundo desacuerdo (sospecho que como la mayoría de Seatelitas se trataba de un Obama-supporter). EL resto de gente ahí tampoco estaba de lo más contenta, pero de lo que se quejaban ellos era el servicio ahí en la oficina del SS. Era un ambiente rebelde. Y cada uno de nosotros tenía un número, yo tenía el 9 ("number 9").

Ah y había una televisión ultra moderna colgada en la pared (lo único moderno) y estaban dando un documental acerca de pirañas que en segundos reducían a otro osteictios a sus huesos. Está de más decir que yo no deseaba que nadie se me acerque, hasta estaba un poco nervioso de que eso pasara.

Pero llegó mi turno ("number...9") y a pesar de que la señora de la ventanilla 2 en algún momento, mientras revisaba mis datos y sin ninguna justificación, dijo en una voz bajita "alguien viene" (sólo me puedo imaginar que era algún tipo de clave para el audio de su computadora, porque no había nadie cerca y nadie "venía" de ninguan parte), a pesar de esto, la señora (que también se estaba quedando calva) fue amable y me prometió que entre 7 a 10 días recibiría mi tarjeta de SS en el correo.


Otro apellido compuesto

Lo bueno de una experiencia como esa es que afuera de la Oficina del SS todo se veía normal. Qué normal! todo se veía espectacular, grande, espacioso, lleno, s-a-l-u-d-a-b-l-e. Tenía un poco de tiempo antes de mi clase de la tarde, así que decidí dar una vuelta por Pike place, el malecón de Seattle. EL corazón de la vieja ciudad de imigrantes nórdicos y pieles amarillas de Alaska. Hay un montón de almacenes pequeños ahí y un gran mercado de verduras, pescados, crustáceos, dulces, café, etc, etc. En la caminata de hoy, además, descubrí un pequeño parque que da hacia la bahía de Elliot, una vista muy placentera, con autopista de tamaño industrial de por medio. Cerca de ahí se me acercó alguien de Greenpeace (luego de conversar un poco me pidió plata para la ONG pero logré escaparme de eso, diciéndole que mi banco en Ecuador no era internacional, quedé en buscar al rep de Greenpeace en Quito) y luego de eso descubrí a un artista callejero.

Se llama Jon Strongbow (otro apellido compuesto) y sus cuadros saltan a la vista. Él mismo estaba ahí y conversamos un buen rato. Es un hippie de unos cincuenta años, muy agradable e inteligente. Y es como si hubiera visto el futuro. Uno de sus cuadros se ve así:




otro así:



(lo que aparece en este, al fondo, esa figura bajo el puente, es un dibujo del troll de fremont, del que hablé el otro día)

Strongbow tiene publicadas (en editoriales sumamente locales) unas tres novelas gráficas, ilustradas y escritas por él. También ha grabado un par de discos de jazz (no sé qué instrumento toca). Es un artista muy bacán. Espero volver a verlo. Me parece que ve el futuro, porque en sus cuadros hay un renacer real y total de las culturas ancestrales, de sus modos. Yo considero que este fenómeno se puede dar en lás próximas décadas (gente que exija el derecho a vivir siguiendo las costumbres y prácticas, incluso tributarias, de la época que quiera). Puede ser sólo cuestión de tiempo. No sé. En cualquier caso, me despedí de Jon luego de que me firmó una copia de su novela gráfica y resumí mis andanzas, de vuelta a la parada de bus.

En ciertos momentos, tuve la impresión de que estoy en un imperio que más que destacarse por su conquista de tierras lejanas y civilizaciones rivales, se destaca por su conquista de las mentes de su propia gente. Una auto-conquista. Como los perros de pavlov. La gente en nuestro mundo, en su mayoría, sigue las reglas (usando, para variar, una expresión anglo), en su mayoría, se levanta, se viste, sale a la calle y la cruza sólo cuando el semáforo para peatones se cambia desde una palma de mano roja a un hombrecito de luz blanca. Vivimos de la plata que nos prestan las empresas (públicas o privadas) en las que trabajamos y a ellos se lo prestan los bancos. Todo el mundo tiene dueño. Y yo también.

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