Un bueno número. Redondo. Optimista.
No hay nada que pueda decir que me vaya a salvar de lo que he vivido las últimas semanas. Algo parecido a una vacación. Un tiempo blanco.
he escrito poco. He leído algo. y he traducido.
Aquí coloco eso que traduje, una parte de eso. En esta lámina ahoragris que ha sido el ánfora de todo lo que mi cuerpo expulsa. Son textos cortos o fragmentos de David Foster Wallace (Ítaca, Estado de Nueva York, EEUU, 21 de febrero de 1962 - Claremont, Estado de California, 12 de septiembre de 2008)::::::
Entrevistas breves con hombres espantosos
E.B #14 08-96
St. Davids, Pennsylvania
“Me ha costado cada una de las relaciones sexuales que he tenido. No sé porque lo hago. No me considero una persona metida en ¨política¨. No soy uno de esos tipos que anda promoviendo a los Estados Unidos, que lee el periódico cada mañana, que asiente la cabeza a lo Pat Buchanan cuando saluda. Lo estaré haciendo con alguna chica, no importa quien. Ocurre en el momento en que me empiezo a venir. No soy Demócrata. Ni siquiera voto. Una vez me volví tan loco con el tema que llamé anónimamente a uno de esos programas de radio, a uno de esos doctores de la radio, y él lo diagnosticó como gritos incontrolables de palabras y frases involuntarias, con un carácter insultante casi siempre o escatológico, para lo cual el término oficial es coprolalia. Sólo que cuando me estoy viniendo y empiezo a gritarlo jamás es con ánimo de insultar, ni siquiera es obsceno. Siempre es igual pero no creo que insultante. Sólo creo que es extraño e incontrolable. Sale de la misma manera que sale un error en un programa de la computadora. No sé de qué se trata y no puedo evitarlo.
Pregunta.
“Victoria para las Fuerzas de la Libertad Democrática”. Sólo que mucho más duro. A manera de grito, incontrolable. Ni siquiera me doy cuenta de lo que está pasando hasta que sale y lo escucho. “Victoria para las Fuerzas de la Libertad Democrática”. Sólo que más duro: “VICTORIA___”.
Pregunta.
Bueno, se quedan asustadas y mal de la cabeza, ¿qué crees? Y yo me muero de la vergüenza. No sé qué decirles. ¿Qué puedes decir si acabas de gritar “Victoria para las Fuerzas de la Libertad Democrática” justo en el instante en que te estas viniendo?
Pregunta.
No sería tan embarazoso si no fuera tan extraño. Si tuviera alguna pista de qué mierdas significa.
Pregunta.
Puta, ahora sí que estoy avergonzadazo.
Pregunta.
Pero todo lo que existe es esa una vez. Por eso digo que me ha costado cada relación que he tenido. Me puedo dar cuenta de cuánto les ha afectado lo que acabo de gritar y me da tanta vergüenza que nunca más les llamo. Así sea para tratar de explicarles lo que pasó. Y son las que pretenden ser comprensivas, como que no les importa lo que acaba de pasar y que ¨todo bien¨ las que más me hacen avergonzar. Porque es tan raro gritar “Victoria para las Fuerzas de la Libertad Democrática” cuando estas eyaculando que yo sí me puedo dar cuenta, clarito, de que eso les rayó la cabeza y solamente están actuando de manera condescendiente al pretender que comprenden y es con esas chicas con las que me cabreo y ni siquiera me da tanto recelo no volver a llamarles o incluso evitarles totalmente, las que dicen “igual creo que te podría querer.”
Octeto
Pop Quiz 4
Dos drogadictos terminales en su última fase se arrimaron a la pared de un callejón sin nada más que inyectarse ni posibilidades para conseguir droga, sin ni siquiera un lugar a dónde ir ni dónde estar. Sólo uno tenía abrigo. Hacía frío y los dientes de uno de los drogadictos terminales titiritaban y él sudaba y temblaba con fiebre. Parecía gravemente enfermo. Olía muy mal. Se arrimó a la pared con la cabeza sobre las rodillas. Esto ocurrió en Cambridge, Massachussets en un callejón que queda detrás del Centro Comunal de Recolección de Latas de Aluminio que queda en la Avenida Massachussets en las primeras horas del 12 de enero de 1993. El drogadicto terminal con el abrigo se acercó al drogadicto terminal gravemente enfermo y estiró el abrigo lo más posible hasta que les cubría a ambos y se acercó incluso más al drogadicto gravemente enfermo y lo apretujó. Entonces le dejó estar enfermo en sus brazos y se quedaron así, juntos, arrimados a la pared durante toda la noche.
Pregunta: ¿Cuál de los dos sobrevivió?
En su lecho de muerte, tomando tu mano,
el padre del afamado joven dramaturgo ruega se le conceda un favor
(fragmento)
EL PADRE: ¿Por qué nadie te lo dice? ¿Por qué se lo considera una ocasión llena de bendiciones? Casi parecería que existe una conspiración por mantenerte en ignorancia respecto de estos temas. ¿Por qué nadie te advierte de lo que se te viene encima? ¿Por qué no decir la verdad? Que tu vida será perdida. Que de ahora en adelante se espera que renuncies a todo y que no solamente no recibirás ningún tipo de agradecimiento por ello sino que no debes esperar ningún tipo de agradecimiento. Ninguno. Que suspenderás todo ese juego esencial de dar y recibir, que te tomó años en aceptar como la vida, y que de ahora en adelante no desearás nada. Menos que nada: que ya no tendrás una vida que sea tuya. Que de ahora en adelante se espera que todo lo que quisiste para ti lo quieras para él. ¿De dónde esta expectativa? ¿Acaso suena razonable? ¿De un ser humano? ¿Tener nada propio y esperar nada? Que toda tu naturaleza debe cambiar, alterarse, como por arte de magia, en el preciso instante en el que eso emerge de ella causándole tanto dolor y deformando su cuerpo tan profundamente; que ella misma debe alterarse, de algún modo, como por arte de magia, en el instante en que él emerge, por obra de un embrujo glandular; y que tú, sin haberlo cargado y sin haber estado conectado a él mediante tubos, permanecerás, por dentro, igual que siempre, y sin embargo, con la expectativa de que cambiarás y botarás todo, gratuitamente. ¿Por qué nadie lo menciona; esta locura? Que tu imposibilidad de cambiar todo y de estar delirante con alegría- será juzgada. No solamente como “padre” sino como persona. Todo tu valor. La mirada remilgada de los que juzgan a los padres, por no cambiar mágicamente, por no ceder instantáneamente todo lo que quisieron hasta este momento. Padre. ¿Se supone que debemos creer que es algo tan instintivo y natural como pestañear? A mí no me resultó así, eso te lo puedo asegurar. ¿Has visto la placenta y las membranas que envuelven al niño? ¿Cómo salen y se dan contra el piso? ¿Has visto lo que hacen luego con ellas? Nadie me lo dijo a mí, te lo aseguro. Que mi propia mujer me juzgaría deficiente sólo por seguir siendo el hombre con el que se casó. ¿Fui el único al que no le dijeron nada? ¿Por qué tanto silencio?
(pausa por episodio de disnea)
EL PADRE: Lo odié desde el primer momento. No exagero. Desde que me dejaron entrar a verlo y bajé la mirada y le contemplé. Ya estaba pegado a ella, ya le estaba succionando, drenando. La Madre, su rostro natal embelesado, radiante, como si no estuviera tomando lugar algo invasivo y grotesco… No había otra palabra para describirlo. Despreciable. Todo el asunto era despreciable. Es la verdad: para mí no fue una experiencia natural ni gratificante, ni hermosa ni bella. Piensen de mí lo que quieran. Es la verdad. Todo era repugnante. Sin fin. Un asalto sensorial. No puedes saber. La incontinencia. El vómito. El olor. El ruido. El hurto de tu sueño. El egoísmo, el atroz egoísmo del recién nacido, no tienes idea. Nadie nos preparó para eso, para el mero disgusto. Los gastos insensatos en artefactos de plástico. El tufo a cloaca de su cuarto. La lavandería sin fin. Los olores y la bulla constante. La interrupción de cualquier posible horario. El terror de esos chillidos penetrantes. Como agujas esos chillidos. Quizás si es que alguien nos hubiera advertido al respecto.
Todo giraba en torno a sus deseos. El reinaba desde esa cuna. Le dominaba a ella. La redujo y la reconstruyó. Conocí la ambición sin fondo. En él. Mi hijo. Una arrogancia sin nombre. Literalmente: la falta de consideración. ¿Alguien se ha puesto a pensar en el verdadero significado de esto? La falta de consideración con la que trataba al mundo. Cómo lanzaba cosas, cómo las rompía y se marchaba…. Un reino de terror, créanme. Los demenciales berrinches cuando se frustraba, cuando alguna gratificación se le era negada o demoraba en llegar. Era kafkiano—se te castigaba por protegerle de sí mismo. “No hijo, no puedo permitir que toques el agua hirviendo del vaporizador, que metas los dedos al ventilador, que te tomes la botella de cloro” – eso le producía un berrinche. La locura de esto. No había explicación, ni razón. Sólo podías marcharte y procurar convencerte de no permitir que coga la botella de cloro la próxima vez, no dejar que aprenda a la fuerza…. Su manipulación. Ella le perdonaba todo, porque decía que él necesitaba “sentirse seguro”. ¿Qué necesidad? Él nunca dudaba. Sabía que todo le pertenecía.