19.10.09

EL Julián cruza la calle. No contento con los juegos de al lado de la casa, se va a los juegos de enfrente. Donde merodean los niños grandes que juegan con pistolas.

En esta era se hace todo porque las pistolas de juguete no se parezcan a las verdaderas. Son amarillas, neón, disparan esponja. El julián quiere una. Me propone que se la compre cuando cumpla la edad que tienen esos niños grandes. Va para allá. Les mira largo. Se da vueltas alrededor de ellos. Calladito. Ellos no se dan por enterados. Siguen su conversa y su merodeo. El julián regresa corriendo y me dice que tienen 8 años. Son pequeños pero al julián le deben parecer infinitamente más fuertes, rápidos y valientes. Hace una o dos semanas empezó a meterse en los juegos de ellos. Aceptando cualquier misión que le encargaran, aceptando cualquier arma que le tocara. Como un soldadito. Es más callado con ellos de lo que es con niños de su edad, pero como con todo, una vez que gana confianza y un espacio propio, vuelve a ser él. A cada rato hay llantos y frustraciones pero he notado que así es con todos los niños. Hechos para el drama, debo recordarme a mí mismo que esos momentos son parte del juego o de algún tipo de juego paralelo que es igual de emocionante, las explicaciones racionales no siempre son aplicables. Los niños brillan con luz propia y también reflejan, en el jardín, sus mundos privados, el interior oscuro de sus casas, reflejan a sus padres.

Últimamente, he estado moneando con mis primeros recuerdos. Alguna cosa sucita otra y entonces entro en un estado como de trance. Puedo ver las paredes blancas de la casa en la que vivíamos, en La Gasca. Después estoy en el jardín de esa casa, corriendo. Puedo ver a mis vecinos, los Recalde y a otros amigos. Cada espacio parece completamente autónomo, como si no estuviera conectado con otro. De la nada, veo el estudio de mi papá en nuestra casa de Bethesda, Maryland. Puedo oler la madera del escritorio. Si me concentro puedo ver toda la casa, por dentro y por fuera. Igual que con la casa de la GAsca, pero las imagenes que tengo en mi cabeza, en cada caso, muestran espacios en diferentes horas del día, en diferentes épocas del año. No existe el recuerdo total y esto es medio intolerable pero la característica aleatoria de como se presentan los recuerdos es pura magia. Puedo ver la habitación que comparto con mi hermano mayor, de nuevo en la Gasca, una litera al fondo, una ventana y el piso de madera con juguetes por todas partes, puedo ver el largo corredor y siento que hay un balcón, tomo un caracol del baño de visitas entre mis manos y lo pongo en mi oído. Puedo escuchar el mar. La luz de este día de otoño en Seattle se confunde con la luz de otros tiempos.

En un recuerdo de esa época me puedo ver a mi mismo echado en un sofa boca abajo viendo un partido de fútbol en la tele. Es el Mundial de México 86. Por eso sé que en esta serie de recuerdos tengo 6 años. Me acuerdo que mi padre entra al cuarto y me dice en un tono de voz que me parece fuerte que deje de hacer lo que estoy haciendo. Me doy cuenta de que estoy frotando mi cuerpo contra el sofa y que el movimiento produce mucho placer. En otro recuerdo me acerco a mi madre porque veo que está llorando. Me preocupa genuinamente, nunca le he visto así Está hablando por teléfono con mis abuelos y le están diciendo, creo, que se van del país. Recuerdo también una vez que mi hermano quiere salir a jugar fútbol en el jardín. Por alguna razón, ese día decido quedarme adentro jugando con los muñecos de He-man. Después de un rato, el Javier regresa a la casa llorando. Tres líneas de sangre bajan por su rostro. Pasa al lado mío, yendo hacia donde está mi mami y tengo tanto miedo de que se haya hecho daño que sigo jugando como si no hubiera pasado nada. Hasta siento un poco de culpa por no haberle acompañado.

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