8.11.09

Camino en puntillas como en un cuento infantil de miedo. Son las seis de la mañana. Domingo. No quiero que se levante mi hija. Si se levanta y no me ve al lado suyo en la cama, vendrá a buscarme, me pedirá que la amarque y no me soltará.
Bajo las gradas en puntillas pero no es por miedo, es por amor, supongo. Amor a mí mismo, a mis momentos de soledad. Amor al silencio de la casa en la que solo una persona está despierta. Egoísmo, en realidad. Es egoísmo. Por más que pensé lo contrario durante mucho tiempo, soy tan egoísta como cualquier otra persona.

Anoche en Elliot Bay Book Co., una librería en el centro histórico de la ciudad, el piso de duela se hunde ligeramente con cada paso que das y suena como las casas embrujadas de los cuentos de miedo. El lugar está casi vacío. Hay mucha luz. Es tarde. Sábado. Ocho de la noche. Camino directo a las repisas de ficción, la Cora en mis brazos, puesta su chompa morada de invierno. Cogo un libro, luego otro. Sé lo que quiero pero no lo encuentro. Me doy cuenta que estoy en el lugar equivocado. Lo que busco debería estar en la sección de poesía no en la de ficción. Es una revelación pequeña acerca de un error pequeño. Pero ahora lo veo con tanta claridad. Ese autor, cuya obra busco, es más conocido por su ficción que por sus poemas, sus últimos poemas.
Mientras todo esto ocurre, la Cora me mira fijamente. Parece extrañada. Me analiza como si no supiera quien soy. No siente miedo sólo mucha curiosidad. Mira detenidamente la portada del libro que tengo entre las manos, esa cosa por la que estoy dispuesto a repartir mi peso. No soy solo yo, parece decir, también está el libro.
Perdóname, nena. Las cosas son así. Yo he buscado libros, estoy seguro, desde antes que tu existieras. Y con suerte, lo seguiré haciendo cuando tu ya no quieras estar entre mis brazos, cuando ya no puedas, sin sentir incomodidad.
Digo "con suerte" aunque sé que la influencia de los libros, de los títulos, de los autores es opresiva y yo mismo he intentado librarme de ella, aunque no lo suficiente. Una época sin libros y sin familia no estaría mal, para todos, pienso, pero si es para todos, ¿cuándo? ¿quién ve a los niños?

La martu ha dado la vuelta a la manzana y nos recoge sobre la Primera Avenida. Al salir de la librería le doy cuatro billetes de un dólar más algunas monedas a un mendigo negro y viejo que está sentado al pie de un farol, era el cambio que me dieron por el libro que compré. El negro toma el dinero mecánicamente, como si esperaba precisamente esa cantidad y en ese mismo momento desde hace mucho, su rostro sin expresión. Le subo a la Cora a su silla y enseguida ella busca la mano de su hermano quien está dormido. Así volvemos a casa.

En la mañana leo durante cuarenta y cinco minutos, aproximadamente, después la Cora se despierta. Baja las gradas buscándome. "Apupa" me dice. Después señala su boca y dice "eat". Le sirvo un plato de cereal. Le encanta esta parte de la rutina. "Apiyap" significa "quítame el saco", o "desbotóname la pijama", pero también significa "dame de comer" "coge la cuchara y dame de comer". Después de acabar el plato de Zucaritas nos ponemos a jugar, persiguiéndonos alrededor de la mesa de la sala. Una y otra vez. En cada vuelta hacemos el mismo chiste. Me encanta su risa. Y yo tambien soy aficionado a la repetición.
"Donde está a Mami?" Pregunta la Cora Luna poniendo una cara de intriga y virando sus manos como si estuviera en misa y fuera a rezar un padre nuestro, se responde ella misma "a-(a)-ahh a mami". Luego hace lo mismo con el julian, solo que le dice "oui-yang". El "si" frances mas el yang de oriente.
Entonces escuchamos voces. El julián y la martu están arriba conversando. No están a-(a)-ahh. Subimos.

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