4.12.09

El té es la bebida de las personas civilizadas pero el café te mantiene despierto más horas. En estos días ha empezado con toda certeza el invierno. No se me ocurre mejor época del año para escribir. Afuera la cosa está aguda. Entra un picor en la parte de atrás de la garganta cuando respiras. Hoy llovió un poco y el aire se purificó momentáneamente. Hace falta más lluvia y más nubes espesas que saquen todo el brillo del cielo, que deformen la superficie del planeta y confundan al mismísimo invierno.

Ayer por la mañana, en el Parque Greenlake. 34 grados Farenheit. La Cora, yo, ciclistas, andantes, madres trotando con sus bebés en el coche, las personas de diciembres. TAmbién había unos seis o siete patos norteamericanos clásicos clavados en el agua (cabezas verdes, picos amarillos, ojos negros, algunas líneas moradas escondidas entre el plumaje), había más variedades de patos, unos marrones, otros grises (éstos con picos blancos, cabezas negras y ojos rojos), había unas gaviotas sospechosas, un grupo de palomas dándose un baño mañanero y unos cuantos cuervos caminando como tiranosaurios. El césped tenía una capa de escarcha que se esfumó rápidamente con el sol. Mirábamos el agua y notábamos el comportamiento de las aves acuáticas.
Los patos tienen el cuello blando, son capaces de hundir la cabeza en la espalda, son seres pacíficos y no se meten en donde no les llaman (excepto los que tienen los ojos rojos). Las palomas parecen inofensivas. Había algunas que no se decidían del todo a chapotear, metían nada más sus patas como probando la temperatura primero. Las gaviotas tienen la actitud de los mayores de la escuela. Se mantienen un poco más alejados, en su zona exclusiva y cuando se asoman es solo para intimidar a las otras aves por pura diversión. Los cuervos a diferencia de los patos, se meten en donde nadie les llama. Llega uno solo y necesita que todo el grupo de palomas se retire (les hace retirar muy pasajeramente) para él probar el agua por dos segundos. Al verse solo va en busca de otro asunto en el cual meterse.

Volviendo al café de hoy, permítanme describir cómo es el Starbucks de mi barrio. Para empezar hay tres, bastante próximos entre sí. Uno en especial es grande y vistoso. Tiene certificaciones colgadas en la entrada diciendo que es una edificación "eco", todo un operativo "eco". No sé cómo lo hacen pero supongo que va desde los materiales de construcción hasta el manejo de desechos, se procuró y se procura "hacer el menor daño posible". Hoy no fui a ése sino a otro. Un starbucks común y corriente, pequeño, poca luz, poca gente adentro. Toda la decoración del lugar, física y sonora, estaba alterada desde la última vez que estuve ahí por las navidades. Comúnmente, en estos lugares, la cola para hacer los pedidos se mueve automáticamente como en el esplendor de algún -ismo. Hoy no. Una pareja de chicas adelante mío se demoraron, soltaron bromas poco correctas y al mismo tiempo, el cajero, un sujeto joven con lentes y peinado impecables, se quejaba enérgicamente con unas de sus asistentes, una chica rubia, casi puteando. Aparte de los detalles de los lentes y la rubia, parecía que estaba en otro país. Saqué mis 2 dólares con 12centavos. Salí de ahí más temprano que tarde, saboreando el brebaje amargo y aguado que dios sabe por qué llaman "Americano".

Tomé ese café porque necesito ponerme a trabajar en un ensayo sobre Ramón de Mesonero ROmanos y las ferias de Madrid en el Siglo XIX. La Martu está trabajando sobre una novela de Emilia Pardo BAzán. Su presentación en clase sobre ese texto fue de largo la mejor que se ha dado en todo el cuatrimestre. Filmé pedazos de la misma clandestinamente desde donde estaba sentado. Lo propio hubiera sido que yo trabaje sobre Benito Pérez Galdós o sobre Mariano Larra pero me tocó Mesonero Romanos. No hay nada que hacer.

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